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No creo que haya comprendido el sentido de mis palabras. Se acomoda.Adelanto a un grupo de peatones, reconozco a Dora Kleinova empujando el cochecito desu niño. La conocí en España, donde ella servía como médico en las Brigadas; y después laencontré en Francia, durante la guerra, en el grupo de lengua checoslovaca de la MOI. Detenidaen París y deportada a Auschwitz, volvió para marchar de nuevo a Polonia, su país de origen.Pero después de un
progromo
en Kielce, había decidido establecerse definitivamente en Praga,donde en otros tiempos había estudiado medicina. Fue aquí donde conoció a Giséle, esposa delescritor Egon Erwin Kisch, que le acompañaba hoy.Ellas me reconocen, me sonríen, y yo les saludo con la mano. Sé que en estos últimostiempos han tenido, ellas también, dificultades. También han conocido a Field, pero pienso que para ellas todo está arreglado, mientras que en lo que a mí concierne, ¡tengo la impresión denavegar a toda vela hacia la catástrofe!Havel no comprende cómo yo, militante de la vieja escuela, veterano de España,combatiente de la Resistencia, puedo ser objeto de semejante vigilancia. Está indignado. Leexplico cómo me encuentro implicado en un asunto oscuro cuyo resultado permanece incierto para mí a pesar de mi inocencia. Hablando llegamos delante de la casa de Hromadko. Seencuentra en una pequeña calle, la Valentinska, situada detrás del viejo Parlamento. Havel sedespide. Por un instante me apetece seguirle para ir a reconfortarme junto a Otto. Pero renuncioa ello. No quiero comprometerle.El coche de la Seguridad ha parado detrás de mí, en el otro extremo del callejón otrocoche del mismo tipo, con tres personas en su interior, se estaciona. Arranco, ni siquiera sé quécalle tomo.Me gustaría volver a ver a Ossik, pero por el camino decido telefonearle previamente. No puedo sospechar que él, Vales y otros, ya fueron detenidos ayer. Me dirijo, pues, al Ministerio.En el momento en que entro en el edificio, los dos coches se detienen cerca del mío. Notelefonearé a Ossik, iré directamente a su casa. Cruzo algunas palabras con el portero y tomo denuevo el volante.Los dos coches permanecen detrás de mí. Pasaré primero por casa para informar a Lisede lo que pasa. Después iré a casa de Ossik.Trescientos metros más lejos, en el momento en que entro en la calle que bordea elPalacio Toscano, uno de los coches me adelanta, da un coletazo y parándose en seco, me cierrael camino. Seis hombres armados surgen de los dos coches, me arrancan de mi asiento, me ponen unas esposas y me arrojan en el primer coche, que sale disparado. Me debato. Protesto.Exijo saber quiénes son esos hombres. Me vendan los ojos. "¡Cierra la boca! ¡No hagas preguntas! ¡Pronto sabrás quienes somos!"Esto no es una detención. Es un
kidnapping.
Se los describe así en las películas de policías o en las novelas de Serie Negra. Los encontraba un poco extravagantes. Y he aquí queahora yo soy la víctima, en pleno día, en el barrio residencial de Praga. Llego a entrever eltrabajo de un comando subversivo. Se cuchicheaba últimamente que los servicios occidentaleshabían enviado grupos armados, y que había habido tiroteos con los hombres de la Seguridad...Me recobro un poco. Protesto de nuevo. Pido que se me retire la venda y ver losdocumentos de identidad de los hombres que me han detenido. "¡Cierra el pico! No tienes que pedir nada. ¡Para ti todo se ha acabado!"El coche rueda por la ciudad. Oigo el ruido de los tranvías y de los coches que se cruzancon el nuestro. Repetidas veces se para el motor. Los hombres cuchichean. Uno de ellos se alejaun momento»y luego vuelve. Nuevos cuchicheos, nuevo arranque. Tengo la impresión de quegiramos en redondo y la espera se vuelve más y más angustiosa.Finalmente, después de una parada, uno de los hombres dice, volviendo al coche: "Enveinte minutos podremos ir".
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no lo puedo imrpimir ! cada vez que cliqueo print asks me to pay and I already did!!!!